"Estoy cansada" - le dije. Pero ella miraba con los ojos blancos buscando la respuesta como quien intenta mirarse la nuca por dentro. "Estoy muy cansada" - insistí. Y la respuesta ella la tenía en la punta de la lengua, pero aún no podía verbalizarla. - "Estoy agobiada. ¿Qué me pasa?" - Volví a preguntar. - "Te hacen falta Oligoelementos".

martes, marzo 08, 2005

Oligoparásitos

Lucía esplendorosa con aquella falda caminando como gacela. Cada cierto tiempo debía detenerme a rascar mis piernas para calmar una extraña picazón.

Ya en la esquina decido inspeccionar la dolencia y como padezco de miopía y astigmatismo, me acerco a cinco centímetros del objetivo, achino los ojos para deformar el globo ocular y así corregir en algún mínimo grado mi defecto de visión.

Logro enfocar y ver de cerca la cuenca de los folículos pilosos de mis piernas, epicentros de esta extraña sensación. Creí que todo se debía al florecimiento de mis poros ennegrecidos con su contenido: una milímetrica masa del diámetro de un pelo.

El síntoma parecía claro: La depilación estaba caducando y comenzaba la fase de crecimiento capilar, que se extendería por unos cinco días antes de volver a someter los pelos a los tirones de cera.

Caminé un par de cuadras mientras la picazón continuaba y se hacía cada vez más intensa. Repito la técnica para agudizar mi nimia visión y noto que los poros están levemente dilatados, como si los vellos encarnados fueran ahora más gruesos. "Qué extraño...". Sigo caminando.

Ahora la picazón es incontenible y sin agudizar mi capacidad visual y a pesar de la agitada velocidad de mi andar, noto en mis piernas una textura similar a várices amoratadas, con aberturas profundas y pelos gruesos, tal vez plumas, que vibraban dentro de los poros dilatados como potos de gallina.

"Esto es grave". Y sin más ni más, me siento en el suelo y comienzo a presionar el primer cráter. Era el más grueso y dilatado. Lo aprieto como quien intenta hacer explotar un forúnculo, pero comienza a asomarse un gusano pálido, como camarón en ebullición cuyo tamaño es algo más de un centímetro de diámetro.

Comienzo a sudar frío. Mis manos tiemblan y empiezo a apurar el trabajo de presión sobre los poros. Aún faltan alrededor de doscientos por evacuar y si no soy ágil en la operación, estos parásitos seguirán desarrollándose en mi dermis.

A medida que pasan los minutos voy extrayendo bichos más adultos. Es como si los segundos para ellos fueran años humanos. Cuando ya voy en el número veintitrés, observo que este ser tiene unas patas recogidas, negras y cubiertas de vellosidades. El numero veinticinco tiene ojos y un pico que se incrusta en mi piel al intentar extirparlo del poro donde se ha incubado. Ya el treinta está completamente formado, mide casi siete centímetros y al salir emite agudos gemidos mientras estira sus patas similares a las de un zancudo y extiende sus alas para iniciar su ciclo de vida fuera de la caverna.

Tengo paciencia y valor. No siento dolor. No veo sangre. Los poros transformados en túneles fueron cubiertos por una lámina de seda cuan capullos que cobijaron a estos seres.

Mis piernas se regeneran, el trauma -al comprender el bien mayor de dar vida- se suaviza. Los parásitos emprenden el vuelo y depositarán sus huevos en otras pieles que huelan a fértil y que permitan ser nido de seres desconocidos.