Algo sobre mi madre
Aterricé en Antofagasta, mi ciudad natal. Tomé un taxi y pagué al chofer con los dólares que me quedaron del viaje.
Llegué a casa de mis padres y me recibió la Carmen quien se apuró en desarmar mis maletas y lavar mi ropa sucia luego de prepararme una ensalada de frutas.
"Típico el regaloneo de la casa de mis padres - desde que no vivo acá"- pensé.
En eso aparece mi madre, luciendo un vestido de gala y un rostro empañado por la tragedia. Se notaba que había llorado; sus ojos estaban hinchados, su piel tenía marcas rojizas y sus ojos estaban cubiertos por un velo de espesas lágrimas. Le pregunto qué pasa y comienza con la letanía de siempre: "Es que tu padre sale en una foto conversando con una mujer y no lo puedo soportar. Este hombre anda en algo, ¡estoy segura!".
Miro la foto y en realidad no concuerdo con su apreciación. Mi padre se ve feliz, rodeado de amigos, así como siempre he querido verlo. Ya no quiero más de eso, así que sin pronunciar la palabra la miro y pienso: otra victimización. La compadezco, me doy media vuelta y me voy.
En ese instante ella me detiene y dice que ha revisado todas las cajas de remedios que compré durante el viaje, que sin duda son más de las que yo recordaba. Me entrega un billete de mil dólares rescatado por Carmen en la lavadora, lo recibo, doy las gracias y antes de cruzar la puerta, me guardo el billete y le regalo los remedios como souvenir de mi travesía. Ella los necesita más que yo porque son para el alma.
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