"Estoy cansada" - le dije. Pero ella miraba con los ojos blancos buscando la respuesta como quien intenta mirarse la nuca por dentro. "Estoy muy cansada" - insistí. Y la respuesta ella la tenía en la punta de la lengua, pero aún no podía verbalizarla. - "Estoy agobiada. ¿Qué me pasa?" - Volví a preguntar. - "Te hacen falta Oligoelementos".

lunes, julio 04, 2005

Oligoaborto


Tras dos semanas de duda y habiendo intentado conocer mi estado mediante métodos caseros, comencé a entrar en un estado de incomodidad. Sentí que algo llevaba conmigo, aquí en mis entrañas y que no sería posible mantener esta situación por más tiempo.

Pasé muchas noches preocupada por esto, pensé ir al médico, pero tenía temor y al mismo tiempo esperanzas de que no fuera cierto.

Siempre le había temido mucho a pasar por una situación así, y aunque creí que si era cuidadosa nunca me ocurriría, esta vez estaba realmente preocupada, pues los síntomas indicaban que algo anormal estaba pasando. Buscaba en mis registros de memoria la instancia en la que pude haberme hecho de ésto, cómo, cuando, por qué. Lo raro era que siempre había tomado muchas precauciones y por lo mismo, no podía creer que algo así me estuviera ocurriendo..

Ayer domingo, antes de salir al cine, decidí ir al baño a orinar, pero extrañamente comencé a experimentar extrañas sensaciones vaginales. Sentía la presencia de un cuerpo ahí dentro, cercano a emerger desde las profundidades. Al parecer, mi hipótesis silenciosa era cierta.

Me quedé sentada en el inodoro, mi angustia era casi incontrolable. No sabía si pararme y partir, o quedarme sentada y parir. Apreté mis muslos fuertemente con mis sudorosas manos y comencé a contraer mis músculos de manera muy similar a un trabajo de parto, el cual no se extendió por más de un minuto.

Mi sorpresa fue mayúscula y aterradora al lograr expulsar un cuerpo extraño que habría estado dentro de mí desde hace dos semanas, de acuerdo a la fecha de mi última menstruación.

Me paré y observé la fisonomía de lo que había abortado. Tenía unos ocho centímetros de largo, era blanquecino y recubierto de una mucosa incolora. Estaba extendido y flotaba inerte en el agua. Su cuerpecito de algodón yacía frágil, vulnerable y si hubiera tenido que bautizarlo, su nombre sería Pin-Pón.

Quise renegar de lo ocurrido y tirar rápidamente la cadena, sin embargo, antes me sobrecogió la probabilidad de que aún quedara algo más dentro de mí.

Sin pensarlo, metí la mano al guáter y tomé a Pin-Pón para su revisión. Lo examiné con repugnancia y valor y pude observar que aún estaba tibio, su textura era viscosa y su cordón estaba ahí, completamente enrollado a él. “¡Qué alivio! Ya está todo eliminado”, pensé.

Lo devolví a su nuevo medio acuoso, esta vez frío e impersonal, tiré la cadena y me dí una larga ducha para limpiarme de esta sensación. Sin embargo, la experiencia sufrida no puedo borrarla de mi mente.

Hoy iré al médico a hacerme un chequeo, pues aunque sienta que me saqué un peso de encima al deshacerme de esto -cuyo origen no recuerdo-, podría haber complicaciones.

Tal vez me den alguna medicina, pero de seguro me advertirán que sea más cuidadosa a la hora de volver a usar un tampón y yo tendré la precaución de no darme tantas vueltas en la vida
para no dar pie a ese fenómeno del cordón enrollado profundo.