"Estoy cansada" - le dije. Pero ella miraba con los ojos blancos buscando la respuesta como quien intenta mirarse la nuca por dentro. "Estoy muy cansada" - insistí. Y la respuesta ella la tenía en la punta de la lengua, pero aún no podía verbalizarla. - "Estoy agobiada. ¿Qué me pasa?" - Volví a preguntar. - "Te hacen falta Oligoelementos".

martes, septiembre 20, 2005

Oligoimpostor!!!!!!!!!!

El verdadero Willy soy yo. Permitidme demostrarlo:

Konitukío fue con su padre, hace exactos 22 años, a comprar mariscos al Mercado Central de Santiago. Compraron picorocos, congrio, machas, cholgas y choros zapato.

Subieron a la maleta de ese Datsun año 1981, las bolsas negras llenas de productos envueltos en jugosos papeles de diario.

Al llegar a casa, voltearon todo en el fregadero de la cocina, para comenzar a lavar los ingredientes del Curanto, ese de Bienvenida para Mr. Nelson Printz. Los colocaron uno por uno dentro de un fondo de la misma altura de ella y llevaron todo a fuego lento para su cocción. Pero faltaban los choros zapato.

Konitukío los estaba desconchando, cuando en eso, se encuentra conmigo y me reconoce de inmediato: "Hola Willy" - dijo. Sin más, me subí a su mano y me llevó al baño. No sabía el destino que me esperaba.

Me dejó encerrado y flotando en agua fría cuando en eso vuelve con un balde color naranjo, me metió dentro, me subió con balde y todo a su bicicleta y me llevó de paseo. Pensé que habíamos llegado a la playa, pero esa arena donde me puso, estaba hace tiempo lejos del mar. Lo noté porque casi no le quedaba sal. Konitukío, la intención se agradece: se parecía a casa...

Con una pala, ella colmó de arena el balde dejándome sepultado y tuve que, con mis patas, hacer esfuerzos sobrecangrejiles para poder llegar a la superficie y respirar.

Una vez arriba, pude ver la cara de varios niños que con sus dedos entierrados querían tocarme, pero me salvé porque Konitukío lo evitó, al rellenar el balde de arena, ahora con un potente chorro de agua de la manguera.

Debo reconocer que aunque sólo me apetecía un poco de plancton, fue bueno saborear durante un par de días, esa arena de plaza remojada en agua, a la que ella le puso sal de cocina.

Ya cansado del precario menú y dado que no me comía las plantas que ella enterraba en el balde, me dio escamas de comida de pescado. Eso estuvo mejor... Pero no fue suficiente y tras quince días de sobrevivencia, morí.

Agradezco la despedida. Sin duda que esa cajita de fósforos donde puso mis restos no era más cómoda que el balde, pero tenía mi nombre. Y la cruz de palos de fósforos que puso junto a mi ferétro, junto con las flores, el sepelio, epitafio, llantos y entierro, han purgado mis pecados y ahora soy un cangrejo alado, su mentor, gurú y compañero. El verdadero Willy Camargo.