Cuervo
Mientras caminaba por la calle y me abría paso hacia donde las cuatro esquinas se encuentran en un tierral, decidí conectarme a Google Earth para ver donde estaba. Sin duda, esa era la intersección donde vivía aquella mujer que, durante la Colonia, soñaba con mi trabajo y que yo, había salido a buscar.
El dientudo nunca le dio la posibilidad de entrar a la compañía por encontrarla tal vez demasiado parecida a él en cuanto a origen, color, acento y alcurnia. Algo que lo complicaba enormemente, pues ante una homónima como ella, él no podría aparentar.
Ahora yo había decidido abandonar ese trabajo y como el dientudo ya se había marchado hace algún tiempo, tomé mi notebook y, sentada en la plaza de tierra entre las esquinas, hice zoom en esa panvista virtual donde pude verme a mí misma sentada desde un ángulo satelital, ahí en el centro de la pantalla, como un punto gris entre las casonas de adobe y coordenadas aritméticas de Google.
Busqué la casa de la mujer entre árboles, sitios eriazos y coloniales casonas de Huechuraba, hasta encontrarla. Y ahí estaba: una casa cuya planta en forma de "L" albergaba una carreta, más una maceta de greda redonda inclinada sobre la maleza, tal como me lo habían indicado.
Las sombras de su casa se proyectaban en la misma dirección que la sombra de mi cuerpo y la de un cuervo recién aparecido en la pantalla. Miré a mi lado y, efectivamente, el pájaro se había posado al lado de mi cabeza mientras el satélite lo fotografiaba.
Intenté hacerle una morisqueta fantástica y su reacción en una fracción de milisegundo fue: ¡Zas! Devorarse el gorrión que desde hace rato me acompañaba.
Ante mi intento por espantarlo con la mano, el cuervo posado en el respaldo del escaño, abrió el pico y me devoró la mano sin soltarla, presionando fuertemente los huesos de mi carpo y constriñendo músculos, tendones y la piel por donde brotaron borbotones de sangre concentrada y espesa.
El pico del cuervo tenía un pulgar abierto, y mientras me mordía le ordenaba con ira que me soltara:
- "Jamás... Además ni siquiera eres tan hábil como para deshacerte de mí...", me dijo con voz muy ronca.
Mientras forcejeaba inútilmente y mi desesperación aumentaba, se acercó una pequeña niña que en vez de gritar o asustarse, se dirigió calmadamente hacia el pajarraco, sujetando sus alas con la mano izquierda, y jalando el pulgar del pico hacia atrás con la derecha, dejándolo tieso.
Esa llave tipo Kung Fu redujo al ave carroñera, la cual no tuvo otra opción que abrir el pico y soltar mi destruida mano.
Busqué a la niña para agradecerle, pero ya no estaba. Rápidamente miré en la pantalla para ver si el satélite la detectaba, y ahí estaba: Alimentando a los cuervos que se posaban sobre la misma carreta al lado de la maceta inclinada.
1 Comments:
Como siempre, muy bien relatado, muy detallista. Buena historia.
Una vez más, mis felicitaciones.
Te leo querida Konitukio.
6:20 p. m.
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