Flores y Chocolates
Endulcé esta gris mañana con los chocolates que mi gran amigo me regaló anoche, cuando llegué triste a casa luego de haber tenido un día emocionalmente devastador.
Se mezclaban en mi cabeza la escena de mi abuela perdiendo poco a poco la tibieza de su piel a mi lado, el lápiz labial rosado que usé para se viera tan linda como ella siempre era, y la partida desde su casa, donde vivió durante más de 50 años, en un ataúd cargado por dos desconocidos.
Mi tía implacable, la casa espiritualmente vacía, el cajón de la cocina ahí -tal como lo había soñado hace pocos días- con sus añejos y queridos objetos de siempre adentro.
Los gatos son sabios, y como ahí solo estaba su cuerpo, él no la reconocía. Mientras yo la acompañaba, mi gato ya no la sentía y nunca más subió a su cama a jugar con ella.
Instancia de familia, de pena, de unión.
Momentos en que se reafirma mi desapego a lo material, ya que pese a que violaron mi auto y me robaron nuevamente todo, eso pierde importancia cuando me encuentro en la Vega comprando pálidas flores mientras llueve despacito.
¡Qué dulces se sienten los chocolates! Y que linda la flor que me traje a la oficina, esa que con cariño me regaló hoy un veguino para que no tuviera pena. Flores y chocolates, lo que más me gusta recibir como regalo. Ahora, deberé recuperar toda la música que me quitaron y qué bien. Porque esta vez manejé pensando en las frases de amor de mi abuela.
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