"Estoy cansada" - le dije. Pero ella miraba con los ojos blancos buscando la respuesta como quien intenta mirarse la nuca por dentro. "Estoy muy cansada" - insistí. Y la respuesta ella la tenía en la punta de la lengua, pero aún no podía verbalizarla. - "Estoy agobiada. ¿Qué me pasa?" - Volví a preguntar. - "Te hacen falta Oligoelementos".

miércoles, septiembre 28, 2005

Pobre Ave

Ayer viniste a vernos y no hiciste nada. Te veías como una astronauta vestida así, entera de blanco. Los puños largos de tu camisa parecían alas que podías agitar, no como yo, que en cambio estaba petrificado por el pánico.

Sé que éste era mi destino, pero te miré con súplica y, aunque tus ojos estaban brillosos al ver mi angustia, no hiciste nada.

Ayer en mi última mañana, todo parecía normal. Me sirvieron la última ración de granos, picoteé la reja de la granja y escuché un revuelo de aleteos en la jaula del lado. Eran ellos.

Entraron a la mía y nos metieron a todos los de esa galería a un camión con doble acoplado, donde cabemos 1000 de nosotros. No nos dijeron nada, y partimos.

La asfixia, el nerviosismo, el miedo y el stress eran intensos. El 5% de los que íbamos, murieron en el camino por ataques cardíacos, por eso, cuando llegamos a la planta faenadora, a ellos los tiraron a un lado y los dejaron muertos bajo la denominación DOA (Died on Arrival, que significa "muerto al llegar").

Creen que no pensamos, que no sentimos, que no sabemos. Aunque no lo digamos, se percibe ese tramo final camino a la "terminación", que no significa otra cosa que el degollamiento y descuartización es por eso que mucho mueren automáticamente.

Llegó mi turno y un joven operario me tomó y me colgó de las patas en un gancho del que no me pude soltar más. Mi pecho era frotado por una placa metálica que me otorgaba una agradable sensación de serenidad que me impedía aletear para zafarme.

Comencé a avanzar. Era uno más en la interminable fila colgante hacia la muerte, esa que avanzaba mecánicamente sobre una canaleta ensangrentada en un entorno pestilente invadido del hedor de cadáveres.

Entré al pabellón del horror y ahí estabas tú. Rodeada de gente que se veia acostumbrada a este tipo de faenas. Pero tú eras distinta, eso se leía en lo único que dejaban ver la gorra y la mascarilla: tus ojos.

Pasaste horrorizada, pero serena, observando este indigno acto humano de aniquilación. En un momento, te miré fijo a los ojos y pudiste cruzar tu mirada con la mía. Te recuerdo nebulosa, la sangre acumulada en mi cabeza colgando hacia abajo, turbaba mi visión y el pánico me impedía inteligir lo que ocurría a mi alrededor.

En eso, un shock eléctrico me erizó las plumas y me dejó inmóvil pero consciente.

Continué en la procesión de pavos, avancé 5 metros más y se acercó otro operario, su cara estaba oculta y sus fríos e impersonales ojos -rodeados de frondosas y negras cejas- se acercaron a mi yugular, donde la incisión fue rápidamente hecha dando muestra de una gran destreza y frialdad. La sangré brotó a chorros y la presión de mi cabeza se fue aliviando hasta entrar en un último sopor.

En eso pude entender por qué no me cortaron la cabeza inicialmente y seguí vivo y sufriendo ese pánico cada vez mayor: Mi cabeza era útil para invertirme una vez desangrado y colgarme en un nuevo gancho patas abajo. Sin la cabeza, no hay como asegurarme para extraer mis vísceras y patas.

Pasó el sopor y con eso se fue la vida. La parte siguiente la viste tú. Cuando me sumergieron en un recipiente caliente para eliminar todas las plumas y luego me pasaron por agua y aire a muy baja temperatura para enfriarme rápidamente y no quedar cocido antes de que los descuartizadores que contaban un pavo, dos y tres, comenzaran a extraer trozos de carne, lanzándolos a gigantes tambores donde eran clasificados para sacar los nervios, tendones e indeseables grasas con los que se hacen las salchichas que comes envueltas en pan con mayonesa y ketchup.

Tu gato se come el resto convertido en pellet o en paté, y mis plumas y patas son horneadas para obtener la harina con la que se alimentarán a los futuros congéneres que serán asesinados en 46 días más, en este mismo tren con destino a la muerte.

26 camiones llegan al día, 26.000 de nosotros pasan por esto, 1.300 mueren en el camino y la carretera alfombrada de plumas, es la visible demostración de esta ruta que emprendemos diariamente antes de llegar a la mesa de millones de chilenos, mexicanos, japoneses y norteamericanos que ven en el envase un logotipo con la imagen de un alegre ave, en vez de lo que en realidad debería haber ahí: la caricatura de un ensangrentado asesino.