Putrida Impronta
Cuando se supone que el Demonio de Tasmania está erradicado de mi mente y de mi alma y ya no me queda más que un sentimiento lastimero hacia lo que fue, reaparecen con ímpetu y resonancia los estertores de la violencia contenida entre los pilares de ese loft.
Una conocida, ahora vive en el que era contiguo al nuestro en calle Esperanza. Ha conocido a los vecinos y ellos le han ayudado a decidirse por ese como el lugar adecuado para arrendar, en vez del mío claro, pues ése -el "101"- tenía "pésimas vibras", según todos los coetáneos a mi período de vecindad en el lugar.
Me he enterado de lo sabido y conocido en el barrio que es aquel episodio en que finalmente él la agredió violentamente y ella a él en defensa propia. Y de lo famosas que fueron las delirantes noches de alcohol y música a descontrolados decibeles. Nunca lo supe. Estaba muy ciega para notarlo y el llanto era muy fuerte como para escuchar lo que otros escuchaban.
Eran conocidos sus orgasmos, sus gritos y descalificaciones, las maletas y el rugido de la moto. Se percibía por todos la pútrida energía que emanaba de ese lugar, mientras se escuchaba aullar a un gato encerrado en un patio bajo la lluvia.
Nadie quiere vivir ahí. Nadie quiere para otro la impronta que ahí quedó. Yo ya lo había olvidado, pero nunca se sabe cuando llega un forward de alguna leyenda que en el fondo sacude el alma.
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