Oligotravesìa
Es verdad que en moto todo es más rápido. Puedo aseverarlo ahora que Coke Tukío me ha prestado la suya y he aprendido a manejarla.
A pesar de su gran peso, la complejidad mecánica, la ausencia de tecnología electrónica -como para darle una partida fácil- he logrado hacerla andar, acelerarla y equilibrarme en ella.
En mi primer día de real práctica conductiva, me dirigía por Maipú con dirección a Recoleta. Iba atrasada y debía sortear todos los obstáculos del camino para llegar puntualmente a destino. Puse primera y, por mi inexperiencia, se levantó la rueda delantera. Nunca más pude bajarla. Por más que lo intentaba la moto más se erguía, incluso despegándose completamente del suelo.
Comenzó un ascenso sin referentes, iba dando botes sobre autos estacionados sin dejar marca en ellos. Al tratar de controlar la máquina, más me elevaba.
Pasé sobre arbustos, sobre copas de árboles, sobre los postes y los cables del alumbrado público. Los tocaba por si acaso -de manera irresponsable- pero no me electrocutaba.
En vez de lograr pisar tierra, cada vez alcanzaba más el cielo, llegando incluso a descubrir las enormes lámparas que cuelgan del firmamento. No podía girar mi cabeza hacia arriba, por lo tanto me conformaba con los 180 grados de visión que la posición me permitía.
Ya no quería seguir ascendiendo. El suelo estaba cada vez más lejos y todo se hacía pequeño. En eso y dada la desesperación por detenerme, logro asir el cable de unos de los focos que colgaba del cielo -no sé como se anclaban a éste, pero estaba aparentemente firmes- así que me cuelgo presionando la moto con mis piernas y comienzo a descender a gran velocidad.
Afortunadamente, las lámparas como tulipenes (sic) invertidos, hacen las veces de paracaídas suavizando mi aterrizaje, sin mermar el impulso previo a poner primera y seguir rauda por la cerretera pisando tierra firme... para llegar a mi destino.
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