Oligoputa II
El Jean Manuel me miró con sus ojos tristes la segunda mañana. Yo, -su madre- me iba a clases nuevamente y aunque cada vez que reconozco en él esa expresión de angustia me invade una gran pena, me puse firme y me concentré en mi meta -que como ya dije antes- la tengo clara. Además todo es por mi hijo y por nuestra felicidad.
No alcancé a peinar al morocho. Además la tarea de escarmenarle el pelo me toma más de media hora, aunque debo agradecer que no chilla como yo cuando chica cuando me pasaban la peineta y me rastrillaban las orejas. Me preocupo de no cometer los mismos errores, es por eso, que desenredo su africana melena, pelo por pelo, dejándo su cabeza tan redonda y voluminosa como extrañamente a él le gusta: estilo el quinteto de apellido Jackson que él jamás ha visto.
Mi niño, mi negrito lindo... Me mira con sus ojos brillantes de pena, como diciendo que lo abandono tan seguido. Pero yo cada vez que eso pasa, lo abrazo y le digo que él es lo más importante en mi vida, y que ya comprenderá. El va a cumplir 5, todavía no sabe hablar, pero su mirada lo dice todo.
No recuerdo quien es su padre, pero estoy segura de que se parece a él porque de mi no tiene nada. Es difícil recordar quien será hombre que dejó un descendiente en estas tierras chilenas, un descontextualizado pequeño con los rizos más duros e impermeables al agua que haya visto, con la piel muy gruesa y además repelente a los insectos , con ventanas nasales amplias últiles para respirar en temperaturas extremas, con una piel color chocolate que jamás sufrirá de insolación y una gran facilidad para bailar salsa erguido apenas un metro sobre la esquina de la cama.
Bueno, ya es tarde. Son las 7.30 de la mañana y debo salir a tomar la micro. Jean Manuel baila en la esquina de la cama armónicamente moviendo todas sus extremidades al son de su música imaginaria y seguramente sin letra. Tomo mi cartera, reviso mi uña y parto -esta vez sin termo- a mi nueva clase.
Llego temprano y tengo tiempo para ensayar el Straigh Spin T. Cuesta retomar, pero si Jean Manuel sacó algo de su madre, es el talento para los bailes, así que ya a la tercera, soy experta.
Ya a las 9, han llegado las 17 alumnas. La profesora, entra y esta vez la clase era en el auditorio. Nos sientan en sillas universitarias alineadas en forma de espina de pez, nos entregan carpetas, hojas en blanco, lápices y una caja de útiles. Se apagan las luces. Se escucha una corrida de telón y no vuela una mosca. Se enciende la pantalla y comienzan a exhibir documentales experienciales de alumnas ya graduadas.
" Capítulo I: El Straight Spin T...." - dice una sensual y cándida voz femenina.
Este capítulo es el más corto. Nos muestran a una alumna en práctica realizando al rutina de manera ejemplar. Claro que está en buzo y en la sala de baile. Luego se escucha la misma voz diciendo: "El Straight Spin T en su contexto...." Y aparece la profesora cuando era joven, entrando a una habitación donde la espera un incrédulo hombre. El no tiene mucha fe en ella, ya que es su primera vez contratando los servicios de alguien de la nueva academia (nueva en los años 70), pero ella se encarga de hacerlo entrar en confianza, cuando luego de traspasar el umbral de la puerta, lo queda mirando fijamente a los ojos y engalanada en un exhuberante atuendo cargado al encaje, a los rojos, a las transparencias y dejando poco para la imaginación, señala su ombligo con la uña y comienza a dar un giro, el Spin más maravilloso que hayamos visto, convirtiéndose ella entera en un imán para ese hombvre ahora reducido a su mínima expresión frente a tal magnífica demostración. El ya no quiere esperar...
Se abre el telón. Nuestra profesora tiene lágrimas en los ojos. Su cuerpo ha cambiado, su giro ya no tiene la misma magia, pero yo ya quisiera llegara así a los 61 años. La ovacionamos de manera unánime y nos volvimos a sentar a esperar la segunda exhibición.
(continuará)
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