"Estoy cansada" - le dije. Pero ella miraba con los ojos blancos buscando la respuesta como quien intenta mirarse la nuca por dentro. "Estoy muy cansada" - insistí. Y la respuesta ella la tenía en la punta de la lengua, pero aún no podía verbalizarla. - "Estoy agobiada. ¿Qué me pasa?" - Volví a preguntar. - "Te hacen falta Oligoelementos".

martes, abril 05, 2005

Oligotragedia

Por la verde pradera enmarcada entre cielo y cordillera, íbamos respirando los últimos estertores de calidez que brinda la naturaleza en sus iniciales días de otoño.

Una flor se erguía entre las malezas y su belleza cromática resplandecía en contraste con la frialdad opaca de las piedras que la rodeaban.

Me incliné a observarla y, a pesar de ser lo único que podía regalarle a él, pensé que no debía sacarla de su contexto y así no interferir en su débil existencia.

Sin embargo, dicho pensamiento, sólo duró medio segundo y la corté de raíz, entregándosela a mi amado. Él la recibe feliz, se emociona ante tan delicado gesto de floricidio, se monta sobre la moto, pero la mano que sostiene la flor la necesita para conducir.

"¡No te preocupes amor mío! ¡Con esta flor ornaré tu vehículo y tus manos enteras para tí estarán!"

En la moto y frente a sus piernas, hay un orificio que podría hacer las veces de florero. Entonces, tomo la flor, la introduzco en ese espacio donde sigue erguida y bella otorgándole un valor de frescor natural a la ensordecedora máquina.

Nuevamente, por la verde pradera enmarcada entre cielo y cordillera, esta vez con flor incluída, seguimos respirando los últimos estertores de calidez que brinda la naturaleza en sus iniciales días de otoño.

Llegamos al río, bajamos a sumergir nuestros pies en las frías aguas, bebimos vino, comimos queso, reímos y nos besamos.

De regreso a la moto, estaba ella, lacia, teñida del petróleo que había absorvido a través del hoyo de la tapa del estanque de bencina , yaciendo mustia y desteñida tras largos minutos de silenciosa agonía.

El sentimiento de culpa y mi arrepentimiento por haberla extraido de su hábitat cordillerano, me instaron a desear darle un último descanso a su extinguido cuerpecito de flor. La tomé con solemnidad, y enrostrando al viento, la lanzo en raudo vuelo al lecho del río, para limpiar su tallo contaminado y darle un último respiro.

Sin embargo, nuevamente erro. Al querer hacerla volar cual mariposa, el viento la azota contra el suelo, incrustando sus marchitos pétalos entre tierra y piedras, donde queda adherida y resignada a la más cruel de las muertes mientras me alejo sin ya poder hacer más nada por ella, a quien le he quitado la vida. y cuyo único pétalo seco se agita con el viento mientras se van rasgando sus filamentos.