"Estoy cansada" - le dije. Pero ella miraba con los ojos blancos buscando la respuesta como quien intenta mirarse la nuca por dentro. "Estoy muy cansada" - insistí. Y la respuesta ella la tenía en la punta de la lengua, pero aún no podía verbalizarla. - "Estoy agobiada. ¿Qué me pasa?" - Volví a preguntar. - "Te hacen falta Oligoelementos".

martes, marzo 03, 2009

Cuba


Ya que estábamos todos de vacaciones en este lugar del planeta, decidí ir sola con mi hija un poco más allá sólo por la tarde.
Dejando a toda la familia paseando en Colombia, y como quien toma el metro, nos subimos a un avión y nos bajamos en Cuba.
Yo quería ir a la playa pero no conocía el camino. Así que decidí seguir la única ruta que conocía: la del hospital.
Caminamos hasta llegar al blanco edificio con la cruz roja despintada en su fachada. Abrí la puerta y recorrí sus pasillos entre pacientes y enfermeras. El frío cemento de sus paredes y el grisáceo pavimento nada me hablaban de naturaleza. Finalmente, con mi hija en brazos, crucé la puerta de salida llegando al estacionamiento que conectaba con la calle principal de la ciudad.
Caminamos bastante pero sólo se veían viejas casas en el paisaje. Ni idea, ni pistas de donde estaba el mar. Decidí entonces entrar al único hotel de la cuadra y preguntar a alguien por la hora. "Las cuatro y media"- me dijeron. Ya era hora de regresar pero aún faltaba ver el mar...
El hotel era extremadamente lujoso. Avancé por el salón principal hasta llegar al final que remataba en un balcón con baranda con vista ¡Al mar!
La sensación de vértigo al mirar hacia abajo era estremecedora. Mi hija quedó impactada al ver el mar tan tranquilo, sinuoso, color esmeralda y lleno de gente practicando actividades acuáticas.
Las personas se veían tan pero tan pequeñas que al parecer estábamos a 1000 metros de altura, y caer desde esa distancia sería suicida.
Afirmé bien a mi inquieta hija que sólo trataba de asomarse por la baranda afirmándose con sus fuertes manitos para continuar observando el encantador paisaje, sin embargo su entusiasmo era tal, que preferí bajar a la playa interior del hotel con ella.
Tomamos el ascensor y ya estábamos ahí. Con los pies en la micro arena, con micro olas y la gente aún lejana.
No podía entender el fenómeno... Personas inalcanzables en su diminuta escencia y a escasos centímetros de la palma de mi mano.
Me incliné a observar bien y mi impacto fue mayor al descubrir que eran mini personajes de papel, animados por la magia de la tecnología y que en su pequeñez no hacían otra cosa que evocar una playa desde la altura.
Una mini costa cubana que invadía la planta baja de ese hotel. Cálida, luminosa y silenciosa.