"Estoy cansada" - le dije. Pero ella miraba con los ojos blancos buscando la respuesta como quien intenta mirarse la nuca por dentro. "Estoy muy cansada" - insistí. Y la respuesta ella la tenía en la punta de la lengua, pero aún no podía verbalizarla. - "Estoy agobiada. ¿Qué me pasa?" - Volví a preguntar. - "Te hacen falta Oligoelementos".

miércoles, febrero 22, 2006

Noches de esas


Recuerdo esas noches de los excesos. Siempre comenzaban un jueves con el saludo del nochero en el hall de un neoclásico edificio donde convergen transitadas arterias que no se enteran de la majestuosidad de aquella construcción silenciosa y omnipotente.

Los peldaños de mármol y la lustrosa baranda, me enseñaban el camino al último piso, donde me esperaba él, con su mirada penetrante, sus manos fuertes con dedos largos y blancos, los mismos que esculpían sobre cualquier material y que daban curso a cualquier mecanismo inventado, incluso al de mis fantasías. Su sonrisa perfecta, aunque inyectada de nicotina, y ese abrazo cálido que duraba eternos 5 minutos, los necesarios antes de que se me fundiera la espalda con el calor que el fuego de su signo y el mío, provocaban.

Ahí, en la antesala, comenzaba la noche de los excesos con este hombre ilustrado, creativo, de una inteligencia sublime que excitaba a cualquiera que detectara superficialmente sus cualidades.

Luego, el sofá blanco, donde tímidamente me sentaba y aceptaba un cigarro barato con el mejor sabor del mundo. Parecía el mejor de los "Gitanes", mientras me lo encendía y comenzaba a sonar el disco que tenía preparado para nosotros.

Mi desconocida timidez y brutalidad, esa que aparece cuando quiere esconderme de alguien, me embargaban. Y mi voz, discapacitada ante cualquier acción verbal intencionada, era tragada por mi garganta.

Comenzaba a incorporarme a la escena, mientras tomaba la primera copa de champagne y las burbujas llegaban de la cabeza a los pies desprendiéndome de los tacos que quedaban tirados en el parquet hasta el siguiente domingo.

Largas horas de conversación de un sillón a otro, eran la introducción a esa pasión que se gatillaba luego de otras largas horas de cine, música emergente y más copas de champagne, mezcladas con ese delicioso sabor de densa y verde resina fumada hasta casi hastiarse.

En el camino iba quedando la ropa, lejos de los zapatos y cada vez más cerca de su alba cama, rodeada de cuanto implemento amatorio existiese. Ungüentos, aceites, juguetes y sus manos, lo suficiente como para llevar a la más avezada de las mujeres al delirio.

El abrabesarse no se detenía incluso durante la penetración, y yo sólo despertaba cuando la sed me recordaba que no estaba soñando. El se detenía y me llevaba más champagne, martini o whisky, mientras el sudor me preservaba de la embriaguez y alimentaba mis deseos por más.

A veces lo ameritaba, y el parque invitaba a recorrerlo así, de inmediato. Bajo el efecto de la mejor de las cannabis y del repslandor de luna llena, como si ese río fuera el Senna, recorríamos cuadras de maicillo a pies descalzos, con una nueva botella de champagne helado en el morral y besándonos en cada farol, compartiendo su verde cigarrillo con las furtivas compañías de ese paseo, que añadían la cuota sociabilizadora de nosotros, la dupla de los excesos ocasionales y de aparente relación "afiatada".

- "Somos amantes" - decíamos ante la especulación.

Alguna vez el río casi salía de su cauce, y nos mojábamos los pies sin sentir el frío de aquella noche en que preponderaban las pasiones y el deseo de volver a esa cama tras la ventana de vitraux recuperada, mojados por la lluvia.

El regreso era una seguidilla de las acciones anteriores, pero sin tanta paciencia. Ya sabíamos que estábamos ahí porque nos deseábamos y sólo alcanzábamos a dejar las húmedas huellas de nuestras botas en el comedor en el invierno. Lo demás era sabido. Ir directamente a la cama para continuar con nuestra intensidad amatoria hasta el amanecer, cuando al poco rato de rendida, despertaba con el desayuno más excesivamente delicioso que jamás haya probado: café de grano, yoghurt natural, frutas, pan integral, queso de cabra con aceite de oliva, orégano y una copa de Brut helada con un copón de frutillas.

Sin darme tiempo para perderlo, íbamos directo a la ducha con vista a la fuente, nos recargábamos de energías y notábamos que recién era viernes. Nos quedaban 48 horas más de excesos absolutamente lícitos entre quienes nada se exigen.

Al borde del amor transcurrieron estos episodios, donde cada domingo él me acompañaba al auto y me daba ese beso que guardaba hasta cuatro días después, cuando sin jamás haber planeado el día del próximo encuentro, siempre resultó ser jueves.

Oligohisteria

Maria Doré iba por la Kennedy rumbo al bar de siempre, rauda en su citrola. Los aditivos no habían sido más que otras veces y su criterio le había dado permiso para conducir.

Los pasajeros: su novio, María Javiera y María Cristina. Estas últimas dos, iban ebrias a más no poder y no paraban de cantar, reír, hablar, preguntar, cotorrear y finalmente gritar.

Gritar más, cuando a María Doré se le partió un buje y el vehículo comenzó a zigzaguear violentamente, con riesgo de precipitarse tres niveles más abajo, ahí junto al lecho del río.

María Cristina la increpaba: ¡No juegues María! ¡No juegues María! ¡No juegues María! ¡No juegueeeees!

María trataba de mantener la calma, la sensatez y encauzar la máquina, sin que su volante respondiera, mientras el griterío aumentaba y el auto ahora rotaba y rotaba. El griterío era peor, cuando finalmente entre enganche y freno, todo se detuvo una vez dado el quinto giro, dejando a todos mirando hacia el sentido contrario: justo al sudeste.

Se bajaron, y más que tres neumáticos reventados y un raspón de punta a cola, no había pasado nada. Estaban todas a salvo, incluyendo el magnífico novio de la conductora quien, confiado en sus maniobras, no interceptó el volante ni nada, pero brindó todo el apoyo apaciguando a las chillonas y conduciendo durante el tramo que faltaba, mientras la taquicardia de María Doré se calmaba.

Lecciones de esta historia hay muchas, pero me quedo con la templanza del único hombre, su apoyo incondicional, la revisión cada 100.000 kms de los bujes, y con que las Marías, Marías son.

martes, febrero 14, 2006

Punta del Este 2006

martes, febrero 07, 2006

Mano

Treinta y seis horas han parecido 36 días. De partida porque anoche es la primera vez que duermo extendido y porque la diversidad de un día no se compara a la que se pueda abarcar mi rutina semanal, en este lugar donde la mano ataja el Atlántico.

jueves, febrero 02, 2006

Pobre pichón


Ha nacido un bebé paloma sobre mi cabeza. Tiene apenas cuatro días de vida y el efecto de su piar (que no llega a arrullo y tal vez ni llegará), me hace sentir la masa encefálica casi emplumada. En realidad, mierda de paloma es lo que tengo en la cabeza al escuchar durante toda la jornada laboral a este pobre crío que clama por comida sin parar desde atrás de una palmeta del cielo falso.

En todo caso, al pedirle al "Cazapalomas" que erradique al bebé palomo con vida, me dio lástima saber que esta especie aviar es considerada una plaga por el Servicio Agrónomo Ganadero, y la muerte es su más probable destino.

Debo buscar un hábitat alternativo. ¿Alguien desea albergar a este pseudo ratón alado?
Si no, mañana -muy a mi pesar- será publicado su asesinato.