Springfield de Chile
Y así es como hace ya dos años que vivo en Springfield de Chile. Un recinto circular, de calles concéntricas, con zonas comerciales, campestres, empresariales, gastronómicas, ecuestres y residenciales conformando el mix más extraño con un sólo denominador: sus habitantes.
Es el único lugar que cuenta con población que conforma un universo tan variado en tan poca superficie, y donde la dueña de la peluquería es apoderada del jardín infantil de mi hija, donde el otro apoderado es mi personal trainer en el mismo gimnasio donde la niña que hace cardio a mi lado es mi colega que va al banco cuya ejecutiva almorzó en la mesa de al lado en el restaurant de sushi donde el dueño me quita el sueño.
En este mismo lugar, la madre de la dueña de la peluquería es mi vecina, y mi otra vecina me dice en el almacén de la esquina que quiere trabajar en mi oficina, mientras me encuentro con un ejecutivo que trabaja en el quinto piso y que vive en el edificio de al lado, donde van a llegar los guacamayos.
En la lavandería lavan toda la ropa de los Springfieldanos junta, y en el basurero de ese Strip Center, botan las servilletas de los mismos habitantes mezclada con las pelusas de las lavadoras y los pelos depilados, además de las papeletas del cajero electrónico con nuestros saldos.
Ese basurero debe ser como un Google de desechos orgánicos / minerales con los cuales se podría hacer un castillo de residuos llenos de información capaces de clonarlos en una cápsula para montar otra ciudad empresarial en cualquier planeta.
Total está probado que sea como sea, funcionamos.