"Estoy cansada" - le dije. Pero ella miraba con los ojos blancos buscando la respuesta como quien intenta mirarse la nuca por dentro. "Estoy muy cansada" - insistí. Y la respuesta ella la tenía en la punta de la lengua, pero aún no podía verbalizarla. - "Estoy agobiada. ¿Qué me pasa?" - Volví a preguntar. - "Te hacen falta Oligoelementos".

martes, marzo 28, 2006

Azótame

Una anciana miraba una radio de última generación, pero pequeña, exhibida en la góndola de un megamercado y decía: "Pensar que ahora vale la mitad de lo que me costó a mí en navidad. Pero en fin, dicen que así el la ley de la oferta y la demanda. Y no me arrepiento de haberla comprado, porque necesitaba mucho una nueva".

Su nieta le preguntó por qué había comprado otra, dado que ya tenía tres radios en su casa.

- "Sólo tengo una en el living, una en el dormitorio, y otra en la cocina, pero esta última sólo funcionaba cuando la golpeaba así..."

Y la viejecita comenzo a azotar a palmazos la cubierta frontal del aparato, mostrando la técnica que empleaba para poder sintonizar las frecuencias que prefería.

- "Cuando le pegaba, se sintonizaba. ¡Y diantres! Ya estaba choreá de tener que hacer eso."

Mientras me alejaba con el carro hacia las verduras, buscaba la explicación acerca de cómo la señora había decidio emplear el azote como acción solucionadora, y así fue como me remonté en mi memoria a los aparatos tecnológicos antiguos, donde predominaba lo mecánico por sobre lo digital. De hecho, los primeros electrodomésticos de esa señora, sin duda fueron de tubos, agujas, teclas mecánicas, materiales pesados y gran volumen. Y claro, ella había aprendido a lidiar con eso a su manera, y hoy en día, un equipo de música comandado apenas con la electricidad de nuestro cuerpo transmitida por la yema de un dedo, sufre los azotes de antaño, pese a su nueva naturaleza artificial y frágil apariencia.

Esos palmazos se generaron en algún instante en que a la radio se le fue la onda, igual que a ella. Quedaron las dos ahi, en la cocina, entre el vapor de las papas cocidas, el chicharreo radial, la demencia pseudo Alzheimer, y el asombro de Rudolf Hertz, sentado en un bergere en la dimensión de las ondas desconocidas.

Imagino el proceso mental de la anciana esa primera vez: Ella se acercó al aparato y movió el dial, pero nunca logró sintonizar. Luego recordó los azotes que le daba a la radiooelectrola, y procedió de igual manera, a punta de charchazos, dando inicio a lo que seria el "leiv motiv" de su relación con el transmisor.

Y así, durante meses, las constantes golpizas demacraban cada día más a esta cosa que inocentemente se encontró pagando por antiguas fallas técnicas que desconocía y recibiendo remedios caseros en blanco y negro.

De lo FM a lo AM, de lo nuevo a lo machucado y de ahí a la basura, y hasta que la nueva joyita de apariencia y operación minimalista del palacio del retail, pase de ser tratada como princesa a experimentar lo mismo que sus predecesoras del 1900 ante el primer exabrupto o chicharra. Una bomba de tiempo mientras viva la anciana.

martes, marzo 07, 2006

Oligodecisiones

Existen decisiones que suponen acciones que se derivan de un análisis propio y único frente a la realidad donde nos situamos.

En algunas ocasiones, debo reconocer que me siento sobrepasada por ellas, inútil, y casi preferiría pedirle a alguien que realice por mí ciertas tareas donde lo que se evidencia es la duda de mi misma.

Debo reconocer, que esto no me ocurre con deberes simples, sino con aquellos que requieren de una concienzuda responsabilidad que no sé si porto, peligrando entonces el efecto de la decisión, dado este tremendo temor que me acompaña.

Cuando era niña, me abrumaba el hecho de ir a comprar zapatos de colegio, pues me los debía probar y decir como me quedaban. Era una decisión que requería de un análisis detallado de mi realidad, pues sólo yo sabía si el zapato calzaba o no. Podía decir simplemente que sí, pero ¿qué pasaba si en realidad me quedaba apretado y yo no lo notaba? Eso significaría ir al colegio todos los días de ese año con los pies apretados y calladita, para que mi padre no desembolsara dinero nuevamente en otro par de zapatos. En eso tiempos, la oferta era poca, y los Calpany venían sólo en caja metálica y a un valor equivalente a un Nine West.

Habría querido que mi papá fuera el único responsable de ese desembolso, con el cual yo ni siquiera estaba de acuerdo a mis cortos 3 años, que fue cuando entré a Pre-Kinder en jornada diurna y usaba jumper. Ojalá él hubiera podido probarse el zapato por mí y decirme: en realidad Tukío, debes pedir un número más. Sin embargo, la responsabilidad recaía sólo en mis pies y en mi joven criterio.

Con el tiempo, con el error y con el desarrollo del juicio, fui aprendiendo a analizar dedo por dedo, a proyectar el tamaño de la uña, y evaluar si el zapato se ablandaría o me dejaría sin correr todo el año. Al mismo tiempo, junto con el desarrollo de la personalidad, fui pudiendo interactuar con el vendedor hasta quedarme tranquila con mis preguntas y sus respuestas.

Hoy en día, el caso Calpany, lo comparo directamente con mi incapacidad de ser paracaidista. El paracaidismo es algo que siempre me ha llamado profundamente la atención y fue por largo tiempo mi sueño realizarlo. Sin embargo, "todo se derrumbó dentro de mí" cuando me enteré que para poder lanzarse al vacío con el paracaídas, éste debía ser doblado minuciosamente por uno mismo. Es decir, existía la posibilidad de que el aparato no se desplegara y yo muriera, debido a una posible y propia negligencia.

Aún no me siento confiada de mi misma como para doblar un paracaídas bajo el slogan "armado de vida o muerte". ¿Qué pasa si me olvido de algo? ¿Cómo evito desconcentrarme mientras armo el paquetito? ¿Y si me voy en la volá creativa y hago un origami distinto al estipulado? ¿Y si estoy convencida de que lo estoy haciendo perfecto, pero en realidad entendí todo al revés? Estos son mis temores profundos en la vida.

Tal vez si hoy los zapatos ya no me aprobleman tanto como a los 3 años, esto del paracaídas lo consiga superar a los 65. ¿Cuál será mi temor en esa época?

Le temo a las decisiones trascendentales que pueden cambiar el curso de la vida, pues necesitan de mi sola reflexión, sin embargo, a las que se pueden resolver con más inmediatez y menos seriedad, les aplico sin analizar, una efectiva herramienta de doble filo: la impulsividad.

Con ésta última, he llegado más alto que el avión de donde saltan los paracaidistas, y con el porrazo, mis zapatos han quedado enterrados conmigo, a 3 metros bajo el suelo.